📸 Foto: Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano, 1992.

Mi historia no es la típica historia de los grandes viajeros que comenzaron de mochileros cuando tenían 20 años y vivieron grandes aventuras. No tengo ese perfil.

En mi historia, mis padres se mudaron desde la península Ibérica a Canarias, donde nacimos mi hermana y yo, y desde que tuvieron dinero para poder pagar billetes de avión, cada año en verano nos íbamos a la península a ver a mis abuelos y de paso, primas, tíos y demás. Pero mis padres no son muy de comida de familia el domingo, así que en realidad siempre había mucho más en esos viajes y casi siempre era montaña, parques nacionales y camping. Cada año un lugar, siempre aventuras y, ahora lo sé, grandes aprendizajes para la vida.

Cuando tenía 10 años mi padre se fue a trabajar a Italia durante 6 meses y mi madre, mi hermana y yo fuimos 3 meses en verano. Mi madre habló con el colegio porque íbamos a faltar el final de curso y el comienzo del siguiente y ella se pidió permiso sin sueldo. Viajamos en coche hasta allí desde Canarias los 4, pasando por Francia, llegamos a París, Torre Eiffel, Louvre, Euro Disney, un sueño para mi hermana y para mí con 8 y 10 años. Cruzamos los Alpes, subimos alguna montaña, subimos en pequeños teleféricos que iban por encima de glaciares, acampamos en el camino y por fin llegamos a Teramo, un pequeño pueblo de Italia. Vivíamos en la “forestería”, la casa donde se alojaban los astrofísicos que venían de estancia al observatorio que allí había, donde trabajaba mi padre. Fueron 3 meses super divertidos y aprendimos, además de un poco de italiano, un montón de cosas, aunque en aquel momento no éramos conscientes y, además, estábamos de vacaciones largas. Visitamos varias ciudades de Italia, incluida Roma y el Vaticano. Y Por supuesto subimos montañas, fuimos a los Apeninos e hicimos la ascensión al Gran Sasso, aquello fue una gran aventura.

Cada verano seguimos yendo a la península, nos quedábamos con mis abuelos, tíos, primas y mis padres venían más tarde, cuando tenían vacaciones y seguíamos visitando diferentes lugares. Viajamos con ellos cada verano incluso en la adolescencia y pasada esta, cuando ya éramos jóvenes adultas. Os cuento más, también hemos ido con mis padres, mi hermana y yo cada una con nuestros novios, ya parejas actuales, para pasar 15 días en una casa en Pirineos subiendo montañas. Esto para poner un punto en el marcador de la adolescencia… mi experiencia en carnes fue muy diferente a lo que la mayoría habla, ¡¡nos encantaba ir con ellos!! (aun nos gusta) Hacíamos descenso de barrancos, rafting, muchas caminatas, piragua… Y en las ciudades, pues un poco de todo: museos, teatro, etc.

En la universidad, mi año Erasmus en Suecia, fue crucial para la persona que soy ahora y como veo el mundo, y más que eso, el mes que pasé antes, de camino a mi destino en Suecia, en Copenhague, exactamente en Christiania, acampada en una tienda de campaña viviendo una serie de sucesos que me darían para escribir un libro. Me fui detrás de un chico alemán que había conocido en Tenerife, pero cuando llegué, pues él ya tenía otros planes, así que creo que viví la intensidad de un año mochilero en solitario en 1 mes, desenvolviéndome sola por primera vez y en un país del que no sabía el idioma, no sabía ni coger un tren y me sentí completamente tonta cuando descubrí que allí no se pagaba en euros…

Mientras trabajaba en le universidad hice varías estancias de 2-3 meses en diferentes países. Siempre el tiempo justo para sentir que había vivido allí.

Con mi familia, mis padres y mi hermana, hicimos un gran viaje a China. Mi madre hacía TaiChí y estaba haciendo una formación para ser maestra. El último año de su formación, yo me apunté a las clases de taichí (no de la formación). Ese último año, al terminar, todos se iban en viaje organizado a Wudang, en la Provincia de Hubei, China y mis padres nos preguntaron si queríamos ir con ellos. ¿Hola? Allí nos fuimos los cuatro con el resto de españoles que hacían taichí y wushu. Una semana a hacer un curso impartido por un monje taoísta en Wudang Shan, las montañas sagradas del taoísmo. Os podéis imaginar la pasada de viaje, de semi inmersión. En la montaña se comía lo que había, no había supermercados, solo 3 puestos a la entrada de uno de los templos, como si fueran garajes en línea en cuyo interior estaba la tienda y también la casa de esas personas. El 4 puesto era un bar al que acudimos casi cada día de los 10 que estuvimos allí. Intentábamos hablar con el dueño que se sentaba con nosotros en la mesa y otros locales que iban allí. Todo eran señas y vocalizar cada uno en su idioma, como si nos fuéramos a entender, y risas, muchas risas. Era 2008, y no era tan común llevar un smartphone en el bolsillo con el traductor para todo. Solo uno de los chicos, el hijo del sifu de taichi, que iban allí cada año, hablaba algo de chino. También estuvimos una noche en Shanghái, en una escala en la que nos dio tiempo a coger el taxi más raro en el que me he montado en mi vida e ir a cenar a un lugar del que todavía guardamos recuerdos. Pekín, la muralla, china, la plaza de Tiananmen. Sí, ese fue un gran viaje.

Entremedias y también junto a mis padres hice el curso de buceo y nos íbamos los cuatro a hacer inmersiones, lo cual tal vez podría contar como viajes submarinos, ja, ja, ja.

Luego conocí a David y vinieron otros viajes, incluido el de la maternidad, la educación y el worldschooling, pero de todos aquellos primeros viajes cerca y lejos, es de donde viene lo que siento al hablar de viajes.

¿Por qué me gusta viajar?

Mi argumento va a reducirse siempre a la montaña. Allí no hay caretas, y cuando viajas tienes que atreverte también a muchas cosas, sin melindres, tienes que ir y preguntar, buscar cuando las referencias cambian, tratar de hablar en otro idioma, cocinar con otros ingredientes. Te tienes que mostrar para que el otro te vea, te sientes vulnerable y esto, aunque suele no gustarnos sentirnos así, te acerca a la gente. Viajar y/o exponerse a nuevas experiencias es crecimiento siempre y alimenta el alma. Por eso el viaje siempre es interior por muy lejos que te vayas. Y de eso va el worldschooling, de la parte humana.
Mi historia no es la típica historia que empecé en un viaje de mochilera a un lugar muy lejano. Mi historia va de la mano de toda mi infancia y crecimiento al lado de mis padres que nos enseñaban la vida como ellos la veían y parecía que estabamos en el mundo para descubrirlo juntos.
Ahora lo hago con mi familia y de manera constante, vivir sin la careta allí donde estemos. Movernos, exponernos, conocer lo que es diferente, conocer mucha gente y muchos sitios, crecer en la variedad de colores y texturas, entender las sociedades y regalarnos una educación presencial y tangible en el mundo real.
Carli Flawer

Carla Martínez

Mamá de familia de 4 viviendo en moviemiento desde 2018 y Facilitadora de la Comunidad Worldschooling y Planeta Worldschool.

Acompañamiento para familias Worldschool y Unschool

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